¿Más vale malo conocido que bueno por conocer? ¿Cómo ganarle a la estadística?


Cada vez que Beatriz Fanjul se hace viral por algo le recuerdan un vídeo de una fiesta en campaña apoyando a su compañera de partido Isabel Díaz Ayuso. En él, Beatriz apelaba a una frase del refranero popular "Más vale malo conocido que bueno por conocer" para asociarlo con Ayuso.



La verdad es que Beatriz no estuvo muy ducha en aquel vídeo, en el que ella misma confesaba que estaba improvisando y los nervios del momento parecieron sumar a todos los ingredientes para que una frase estilo Rajoy se viralizase. Pero tampoco le salió mal, ganaron con mayoría en aquellas elecciones arrasando en las urnas.

¿Más vale malo conocido que bueno por conocer?

Eso dice el refranero popular y es una apología al conformismo. Viene a decir que aunque estemos mal debemos aceptar nuestra situación porque una oportunidad de cambio en principio favorable puede resultar mucho peor. Esta visión austera sobre la vida en la que debemos evitar buscar la mejora y vivir con lo que nos ha tocado. Pero, ¿funcionaría?

La respuesta la tiene la estadística. ¿Conocéis el problema de Monty Hall? Plantea una situación similar de cambio:

"Imagina que estás en un concurso de televisión. Has superado todas las pruebas y estás ante la gran final. Tienes que elegir entre tres puertas. Tras una de ellas se esconde un cochazo, tras las otras dos hay un paquete de chuches. Claramente esperas elegir la del cochazo y eliges una de ellas cruzando los dedos. Pero el presentador, que quiere darle un poco de emoción al concurso. Abre una de las otras dos puertas donde se muestran unas chuches y te hace una retorcida pregunta. ¿Quieres cambiar tu elección?"

El problema de Monty Hall

Hay un paralelismo entre la frase "Más vale malo conocido que bueno por conocer" y esta situación. En el problema de Monty Hall la estadística te recomienda cambiar. En principio las personas piensan que la probabilidad de ganar al cambiar es exactamente la misma y a menudo no cambiar porque creen que su primera elección fue buena. Sin embargo, está demostrado que deberían haber cambiado.

Veamos los casos para comprobar que es así. Para simplificarlo pensemos que estamos ante las tres puertas y el cochazo está tras la primera de ellas. Si el coche estuviese en cualquiera de las otras dos, el ratio ganador/perdedor sería el mismo.

CASO A:

Elegimos la primera de las tres puertas. Tenemos con nosotros la suerte y resulta que es la puerta del coche. El presentador abre una de las dos puertas indiferentemente, pues sabe que en las otras puertas solamente hay chuches y nos pide cambiar. Hacemos el cambio y claro, qué mal. Hemos ganado solamente unas chuches.

CASO B:

Elegimos la segunda puerta. El coche está en la primera puerta y el presentador lo sabe. Así que para hacer el momento emocionante y ganar audiencia abre la tercera puerta donde hay ni más ni menos que chuches. Elegimos cambiar y BINGO ¡nos llevamos el coche!

CASO C:

Elegimos la tercera puerta. Otra vez el coche está en la primera y el presentador abre la segunda puerta que esconde las chuches. Elegimos cambiar y ¡otra vez! Hemos ganado un cochazo. Ya vamos pensando en cómo venderlo para usar ese dinerillo.

Como veis si se cambia, se consigue una probabilidad de acierto de 2/3. Sin embargo si nos mantenemos en nuestras trece, al no cambiar solo ganaríamos en el caso en el que nuestra primera elección fuese correcta, 1 de cada 3 veces.

¿Por qué el refrán favorece a Ayuso?

Entonces... ¿Vale la pena hacerle caso al refrán o no? En el experimento de Monty Hall cambiar era lo bueno, pero en realidad lo bueno no era cambiar, sino aprovecharse del conocimiento que se tiene.

En el problema de Monty Hall lo que cambia la estadística es el conocimiento del presentador de dónde está el coche. Esto es, el presentador sabe donde está el coche y nos lo deja entrever eligiendo siempre una de las puertas que no tienen ningún valor. En el refrán, también tenemos una variable añadida: sabemos que lo que ya tenemos es malo. Lo que buscamos entonces es, como mínimo no ir a peor y eso sería un buen cambio.

Analicemos entonces los casos. ¿Cuándo es más probable ir a peor? Cuando las otras opciones son objetivamente peores. En política nunca puedes saber si otra opción es peor o no, solo puedes tener la percepción de que en potencia será bueno o malo para el individuo.

De esta manera, si la gente percibe que lo malo conocido es potencialmente menos malo que lo demás, la gente no se arriesgará a cambiar de opción. Por ejemplo pongamos que tienen 3 opciones: la azul, la roja y la morada. Si los votantes saben que la azul es mala, lo suyo es que cambien de opción, pero quizá piensan que la morada es horrible y la roja es tan mala como la azul. En ese caso no cambiarán de opinión, pues solo saldrán perdiendo ante un cambio y defenderán a capa y espada la opción azul.

¿Qué necesitarían los votantes que saben que el azul es malo para cambiar? Necesitan creer que las otras opciones son al menos, menos malas. Y ahí es donde la morada y la roja tienen el problema y la responsabilidad de cambiarlo. El refranero acierta, es malo conocido que un potencial mayor mal desconocido. La tarea es conseguir demostrar que el bueno por conocer ya es conocido y en consecuencia, bueno. O como mínimo menos malo que lo conocido.

Cómo conseguirlo sin capacidad de que el mensaje llegue a la población general ya es otra cosa.

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